lunes, 15 de junio de 2015

Tu celular vs tu corazón

¿Cuándo fue la última vez que entraste a  un lugar público y notaste que la mitad de las personas a tu
alrededor estaban inclinados sobre una pantalla digital, conectados a otro lugar?
La mayoría de nosotros tenemos conciencia de las ventajas que nos ofrece el acceso electrónico instantáneo. Pero, qué hay de los costos que esto implica?
Nuestros hábitos arraigados nos cambian. Los neurocientíficos dicen que las neuronas que se disparan juntas, se conectan entre sí, lo que significa que cuando una conducta se repite lo suficiente, las neuronas que son activadas en ese momento tenderán a hacerlo con mucha facilidad. Esto muestra cómo las experiencias dejan huellas en nuestras redes neuronales, un fenómeno llamado neuroplasticidad. Cualquier hábito moldea la estructura misma del cerebro de manera que fortalezca su tendencia a repetir ese hábito.

La plasticidad, la propensión a ser conformada por la experiencia, no se limita al cerebro. Todos sabemos que cuando llevamos una vida sedentaria, nuestros músculos se atrofian y disminuye la fuerza física. Lo que tal vez no sepamos es que nuestros hábitos de relación social también dejan su propia huella física en nosotros.

¿Cuánto tiempo pasas con otras personas? Y cuando lo haces, estás realmente conectado y en sintonía con ellos? Tus respuestas a estas sencillas preguntas bien pueden revelar tu capacidad biológica para conectarte con los demás.


Varias investigaciones han mostrado que personas que practican algún tipo de meditación o relajación  no sólo se sienten más optimistas y conectados socialmente sino que también alteran una parte clave de su sistema cardiovascular llamado tono vagal. Los científicos solían pensar que el tono vagal era bastante estable, al igual que la estatura en la edad adulta.
Estudios recientes muestran que esta parte del ser humano también tiene plasticidad y es alterado por sus hábitos sociales.
Para entender por qué esto es importante, aquí va una explicación simple de anatomía. El cerebro está ligado al corazón por el nervio vago. Variaciones sutiles en la frecuencia cardíaca revelan la fuerza de esta conexión cerebro-corazón, y como tal, la variabilidad de la frecuencia cardíaca proporciona un índice del tono vagal.
En general, cuanto mayor sea el tono vagal, mejor. Esto significa que el cuerpo está en mejores condiciones para regular los sistemas internos que lo mantienen saludable, como el cardiovascular, la glucosa y la respuesta inmune.
Más allá de estos efectos en la salud, el neurocientífico conductual Stephen Porges ha demostrado que el tono vagal es fundamental para cosas como la expresividad facial y la capacidad de sintonizar con la frecuencia de la voz humana. Al aumentar el tono vagal de la gente, aumentamos nuestra capacidad de conexión,  amistad y empatía.
En resumen, cuanto más en sintonía con los que nos rodeen estemos, más saludables estaremos. Si no hacemos un ejercicio frecuente de estas habilidades, esta capacidad de conectar cara a cara,  finalmente nos encontraremos con que la capacidad biológica básica para hacerlo se ve disminuida.

Como padres en esta era digital, tal vez deberíamos preocuparnos sobre cómo nuestras propias acciones - como los mensajes de texto durante la lactancia o  prestar más atención al teléfono que a un hijo - dejan huellas no solo en nuestros circuitos neuronales, sino, más aún, en los de nuestros hijos; circuitos que fortalecen o debilitan habilidades esenciales para la vida de todo ser humano.

Al compartir una sonrisa o reír con alguien cara a cara, una sincronía discernible surge entre dos personas, como sus gestos y bioquímicas, incluso sus respectivos disparos neuronales, vienen a reflejar entre sí.  Micro momentos como estos, en los que una ola de sentimientos positivos fluye a través de dos cerebros y cuerpos a la vez, desarrollan nuestra capacidad para sentir empatía y al mismo tiempo,  mejoran nuestra salud.

Si no hacemos este ejercicio regularmente esta capacidad se marchita. Afortunadamente, la conexión con los demás nos hace bien y nos hace sentir bien, y oportunidades para hacerlo abundan.
Así que la próxima vez que veas a un amigo, o un niño, una pareja o alguien que te importe, pasando demasiado tiempo  frente a una pantalla, extiende una mano e invítalo de nuevo al mundo de los encuentros sociales reales.  
No solamente estarás ayudándolo a tener una mejor salud y habilidades empáticas, sino te ayudarás a ti mismo también.